jueves, 30 de junio de 2011

A veces

─¿Por qué está todo sucio? Gritó Carlos a su mujer.

Casi al mismo tiempo le lanzó una bofetada, que sonó cruel en su rostro, arrojándola de cara al piso. Dar de ostias era su forma de cautivar. El hijo de ambos, sin poder entender que ocurría, rompió a llorar acompañando en cruel coral a su madre. María, en el suelo y adolorida, se quería esconder y sólo atinaba a meter las manos debajo del sofá. Allí unicamente había polvo, pilas viejas y la espada de madera que el abuelo materno le había hecho al niño. De un manotazo tomó por los pies a María y la arrastró, sacándola de su inútil escondite. Las pilas, el polvo y la espada salieron con ella. La mujer tomó la espada entre sus manos tratando de asustar al ogro que se abalanzaba. Carlos pisó entonces una de las pilas y perdió el equilibrio cayendo sobre la espada que le atravesó el estomago saliendo por la espalda, brillante de sangre. El cuerpo inerte aplastaba a María mientras el niño seguía llorando. Como pudo apartó el cadáver y abrazó a su hijo, diciéndole:

─¡No llores más amor bello!. Ya encontramos la espada que te regaló el abuelo y las pilas para tus juguetes.



A veces, es bueno dejar de barrer.
A veces, es bueno encontrar lo perdido.
A veces, querer perder lo querido,
no es dejar de querer.

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