lunes, 7 de noviembre de 2011

Viaje en el tiempo

Stewar llevaba diez años buscando los restos de la Reina más famosa que habitó el Nilo. Encontrarse ante su sarcófago era algo que difícilmente podría describir con simples palabras. El silencio en la cámara sepulcral solo era roto por los latidos de su corazón acelerado, aunado al murmurar de sus colaboradores que se colaba por el boquete abierto. Observó todo con fascinación, estaba seguro que las figuras de oro que rodeaban al sarcófago no tenían algo semejante con que ser comparadas y eso le daría brillo a su gran descubrimiento, el hallazgo más importante del antiguo Egipto.
Sentía aquel hombre afortunado haber ganado la batalla contra el tiempo y su cómplice, la arena, esa que ocultaba con su eterna movilidad a todo aquello que deja de moverse, aquello que está muerto. Mientras miraba absorto, su mente viajaba al momento donde fueron colocados aquellos artefactos, instantes sagrados que preparaban a la monarca para el camino hacia lo eterno, sin moverse de su tumba. Fue entonces cuando entendió que, la clave de los viajes en el tiempo, eso que el hombre siempre quiso encontrar estaba ante él. Debes quedarte inmóvil y ver pasar cada segundo con infinita paciencia, escuchando las voces y observando la luz que pasa lenta a tu lado como si de un firmamento abigarrado se tratase.
Sin que lo percibiera, la luz de su linterna se agotó lentamente junto a los murmullos.
—Señor, ocho horas observando esta maravilla son muchas, descanse un poco —Le dijo un ayudante poniéndole una mano sobre su cuerpo inmóvil, sacándolo de su abstracción.
Entonces hizo otro descubrimiento más asombroso aun: encontró la fórmula para suspender momentáneamente el viaje por el tiempo.

Palabras: 279
Bigbang1958
1 de noviembre de 2011

viernes, 5 de agosto de 2011

Amor por peldaños

Esa tarde, cuando el sol ya caía sobre el horizonte, sabias donde encontrarme. Tu me esperabas en lo alto, mientras yo subía poco a poco meditando mis cosas. Habías puesto tus ojos sobre mi y dejado un señuelo que difícilmente se podía evitar. Es que verte bailar con aquellos escasos velos era mucho soportar para un hombre, la carne es débil y el deseo un cuchillo que la hiere de placer. Alcé la vista pocos escalones antes de llegar a un descansillo, el sonido del agua que corría escaleras abajo desapareció de pronto para dejarle espacio a tus ojos que lo inundaron todo. Prácticamente quede a tus pies odalisca, cuando como Sultán ha debido ser lo contrario. Tus ojos sin embargo lo gobernaban todo y no podía evitar ser mandado por el deseo. Entonces, sentado sobre un escalón y aferrándome a tus piernas empece a subir una escalera diferente, la de tu cuerpo. Dejaron de ser mis pies los apoyos y escalaba tus columnas con mis manos y mis labios. Tus piernas se dejaron rodear por mis asedios al tanto que mis besos debilitaban tus defensas. Desde los tobillos fui subiendo y a cada centímetro de piel conquistada un suspiro tuyo la rendía. Los velos se hicieron banderas blancas sobre tus caderas temblorosas. Al llegar a tus rodillas, el premio se hacia más visible y la lucha intensa al compás de tu respiración. Fueron tres besos la llave, uno a la derecha, cercano a la puerta, otro a la izquierda más suave para que te relajaras, por último y con mi lengua como espigón, un beso profundo y tibio que tomó tu fortaleza y dejo que tu humedad bajara copiosa y sensual inundando mis labios. Allí caíste a mi lado, conquistada, mientras bebía de ese panal de miel que guardas entre tus piernas.  La noche nos fue arropando, los laureles nos dejaron su perfume y el agua volvió a ser cantarina mientras bajaba de la acequia. Aquel descansillo juró guardar el secreto y una mancha virginal marcó el sitio donde rendiste tu cuerpo.  Dicen, que aun se puede ver, si te empeñas en encontrarla, la marca de nuestro encuentro, por que una fuerza suave desviá las pisadas de los que visitan la que fue mi escalera, La Escalera del Agua del Generalife de Granada.

jueves, 30 de junio de 2011

A veces

─¿Por qué está todo sucio? Gritó Carlos a su mujer.

Casi al mismo tiempo le lanzó una bofetada, que sonó cruel en su rostro, arrojándola de cara al piso. Dar de ostias era su forma de cautivar. El hijo de ambos, sin poder entender que ocurría, rompió a llorar acompañando en cruel coral a su madre. María, en el suelo y adolorida, se quería esconder y sólo atinaba a meter las manos debajo del sofá. Allí unicamente había polvo, pilas viejas y la espada de madera que el abuelo materno le había hecho al niño. De un manotazo tomó por los pies a María y la arrastró, sacándola de su inútil escondite. Las pilas, el polvo y la espada salieron con ella. La mujer tomó la espada entre sus manos tratando de asustar al ogro que se abalanzaba. Carlos pisó entonces una de las pilas y perdió el equilibrio cayendo sobre la espada que le atravesó el estomago saliendo por la espalda, brillante de sangre. El cuerpo inerte aplastaba a María mientras el niño seguía llorando. Como pudo apartó el cadáver y abrazó a su hijo, diciéndole:

─¡No llores más amor bello!. Ya encontramos la espada que te regaló el abuelo y las pilas para tus juguetes.



A veces, es bueno dejar de barrer.
A veces, es bueno encontrar lo perdido.
A veces, querer perder lo querido,
no es dejar de querer.

Paz de Fuego

Cuando supe de su llegada no me lo quise perder. Soy instructor de vuelo y en la noche tomé el Learjet donde doy las prácticas, total nadie se enteraría. Llené los tanques de combustible y tomé refrescos y bocadillos de la máquina del aeroclub. Me despedí de California levantando el morro hacia el pacifico. El tráfico aéreo era un locura, yo sin plan de vuelo un kamikaze. El viaje largo, los nervios al límite y la radio un caos. Inútil pedir permiso para tocar tierra. Sumé un riesgo más para no perderme el show, me colé detrás de un Cessna 206 y abandoné el avión al final de la pista donde no molestaría a nadie.
Hawaii me recibió caliente y húmeda. Pele estaba muy inquieta esperándolo, se le notaba por su aliento sulfuroso, pocas veces ocurre algo tan grande, pero cuando lo hace deja su huella profunda.
Una furgoneta del aeródromo –con las llaves puestas– me llevó por la Hawaii Belt Road hasta Whittigong Park, donde podría verlo llegar sin límites visuales. Vi un sitio ideal, el sol comenzaba a brillar y tomé una foto. La colgué en Google Maps desde mi móvil, dudando de la certeza de mis convicciones.
Caminé hacia el mar al pié de la autovía, me senté al borde del acantilado. Los científicos habían previsto el impacto en el pacifico, llegando por el este, madrugador. El ruido acalló mis pensamientos, levante la cara y la enorme estela rayó el firmamento. Había llegado, gigantesco como el sol, cayendo sobre Pele indefensa, manotazo del creador de por medio.
Me puse de pie, abrí mis brazos y cerrando los ojos me quedé esperando que no doliera más que la vida misma, esta paz que recibía con fuego.

Prueba y Error

—¿Cómo va la evolución humana? —Preguntó severo.
—Creador, están creciendo descontroladamente, consumiendo recursos sin eficiencia, piensan viajar fuera de su luna y establecerse en planetas cercanos. Supone un riesgo para las otras evoluciones, podrían contaminarlas. De hecho, han ensuciado el espacio cercano con los restos de sus artilugios y su atmósfera es más caliente cada ciclo—argumentó el corregidor de Alfa Centauro.
—¿Qué tenemos a disposición para volver a empezar con ellos? —Volvió a preguntar, esta vez más seco.
—Señor, un asteroide de masa media (20 km de diámetro mayor) escondido detrás de Urano-y bajando la cabeza esperó la sentencia que firmaría sobre una hoja siempre en blanco.
—Ya lo hice con aquellos dinosaurios, no me dejaban opción, no todos podían volar, ahora les toca a estos sordos. Volveremos a empezar, esta vez un poco más arriba en la evolución—estampando un golpe sobre el asteroide de marras.
El hombre del noticiero comentaba con terror evidente:
—Científicos de varios países nos han confirmado la presencia de un gran asteroide, ha aparecido más allá de Urano, con una trayectoria de impacto sobre la tierra. Por la velocidad del objeto se estima que en una semana la destrucción sea total. No tenemos esperanzas de sobrevivir—dijo estallando en llanto.
Un caos invadió el estudio y la imagen se volvió negra.
—¿Se desplazará mucho la órbita de ese planeta? —preguntó mientras visualizaba el choque.
—Creador, lo suficiente para rebajar la temperatura en 5 grados, en unos doscientos mil ciclos más.
Entonces la luz del choque llegó renovadora al Olimpo.
—Anota: no dejarles sin escarmiento más de 1000 ciclos en la nueva evolución, vamos lento en el programa.
—Mi señor—dijo retrocediendo con una reverencia.
—Así sea—

Busqueda Permanente

Recuerdo perfectamente aquel momento. Fue durante una clase que al padre Isidoro le gustaba llamar: Higiene mental.
Intentaba explicarnos ese día el concepto de felicidad. ¿Qué era ser feliz?
Me sorprendió mucho que un hombre con tanta labia y tan estudiado escogiera un eje de coordenadas para tratar de explicarnos aquel concepto y su búsqueda continua por el ser humano. Fue al pizarrón y en el eje X puso al tiempo y en el eje Y nuestro esfuerzo por conseguirla; una recta que salía de cero describía un ángulo de cuarenta y cinco grados que caía luego abruptamente al final, tocando de nuevo al eje X. Decía el padre:

—La búsqueda de la felicidad es una persecución constante que crece durante el tiempo. Es una meta esquiva e inalcanzable, nunca sabemos si lo hemos logrado, solo sabemos que la buscamos. No importa dónde ni cuándo.

Todos los alumnos nos quedamos hipnotizados tratando de asimilar aquella expresión filosófica que manaba de aquel alto y serio padre agustino. El silencio se rompió y dijo:

—Solo la muerte nos impide la búsqueda de la felicidad en este plano.

Aquellas últimas palabras nos dejaron aún más sorprendidos. Nos miramos las caras tratando de entender por qué nos hablaba de la felicidad de esa forma. Se despidió diciendo:

—Les dejo esas reflexiones para su íntimo estudio interior.

De todas las tareas que me pusieron en el colegio, esta es la única que no he terminado aún.