viernes, 5 de agosto de 2011

Amor por peldaños

Esa tarde, cuando el sol ya caía sobre el horizonte, sabias donde encontrarme. Tu me esperabas en lo alto, mientras yo subía poco a poco meditando mis cosas. Habías puesto tus ojos sobre mi y dejado un señuelo que difícilmente se podía evitar. Es que verte bailar con aquellos escasos velos era mucho soportar para un hombre, la carne es débil y el deseo un cuchillo que la hiere de placer. Alcé la vista pocos escalones antes de llegar a un descansillo, el sonido del agua que corría escaleras abajo desapareció de pronto para dejarle espacio a tus ojos que lo inundaron todo. Prácticamente quede a tus pies odalisca, cuando como Sultán ha debido ser lo contrario. Tus ojos sin embargo lo gobernaban todo y no podía evitar ser mandado por el deseo. Entonces, sentado sobre un escalón y aferrándome a tus piernas empece a subir una escalera diferente, la de tu cuerpo. Dejaron de ser mis pies los apoyos y escalaba tus columnas con mis manos y mis labios. Tus piernas se dejaron rodear por mis asedios al tanto que mis besos debilitaban tus defensas. Desde los tobillos fui subiendo y a cada centímetro de piel conquistada un suspiro tuyo la rendía. Los velos se hicieron banderas blancas sobre tus caderas temblorosas. Al llegar a tus rodillas, el premio se hacia más visible y la lucha intensa al compás de tu respiración. Fueron tres besos la llave, uno a la derecha, cercano a la puerta, otro a la izquierda más suave para que te relajaras, por último y con mi lengua como espigón, un beso profundo y tibio que tomó tu fortaleza y dejo que tu humedad bajara copiosa y sensual inundando mis labios. Allí caíste a mi lado, conquistada, mientras bebía de ese panal de miel que guardas entre tus piernas.  La noche nos fue arropando, los laureles nos dejaron su perfume y el agua volvió a ser cantarina mientras bajaba de la acequia. Aquel descansillo juró guardar el secreto y una mancha virginal marcó el sitio donde rendiste tu cuerpo.  Dicen, que aun se puede ver, si te empeñas en encontrarla, la marca de nuestro encuentro, por que una fuerza suave desviá las pisadas de los que visitan la que fue mi escalera, La Escalera del Agua del Generalife de Granada.